Un día la máquina escribirá un poema.
Y será un poema perfecto, inmejorable.
Acometerá el reto que había postergado
con su flamante software actualizado.
La máquina examinará sus bases de datos.
Abrirá la carpeta de tu nombre,
desplegará los campos, hará clic en "tus sentimientos",
sumará frecuencias y elegirá la emoción más intensa
Buceará en el tesauro digital de las palabras,
iniciará sus enormes diccionarios,
apilará sinónimos en matrices incontables
ordenadas por índices de compatibilidad.
Instalará los diccionarios de rimas
eligiendo la opción de consonancia,
millones de secuencias alfanuméricas
serán comparadas al instante.
Abrirá el catálogo de estructuras poéticas
buscará un esquema que cuadre con la idea
proseguirá enlazando frases de sintaxis perfecta
aplicando series infinitas de álgebra booleana
que pasará por los filtros de reputación,
hasta llegar a la solución inapelable.
Hará un feedback si no encuentra salidas
ante un índice de calidad débil,
volverá a un verso de reciente indexación
y lanzará un nuevo proceso de compatibilidad.
Activará en algún momento el algoritmo de "sorpresa",
arrancará ocasionalmente las series aleatorias;
esto dotará el poema de pulso imprevisible,
de la humana cualidad del desatino.
Ajustará finalmente porcentajes
de palabras, categorías gramaticales,
emociones, metáforas, figuras...
que comparará con la biblioteca universal de los poemas.
Y si, logra una puntuación favorable,
mayor que 99,9 %.
volcará en la pantalla un poma
pulcro, perfecto, incontestable.
Y después pedirá pulsar "me gusta",
pero ya nadie lo leerá. No habrá poetas.
A alguno quizá le parezca aburrido o tecnológico... pero a mí me gusta este poema en el que se enfrenta la inteligencia artificial y el poeta.
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