Villancico de Montrisco
Solo en su cabaña
Montrisco la ve
tras una montaña
camino a Belén.
La estrella le llama:
- ¡Ven, Montrisco, ven
y deja ya la braña
que ya va a nacer!
Se pone una capa,
se abriga muy bien
es fría la etapa
que queda a Belén.
Sandalias de esparto
y calzas de piel;
morral con un cuarto
de migas y miel.
Al cinto un cuchillo
un gorro en la sien;
al hombro un hatillo
con una sartén.
Un viento asesino
le empuja en vaivén.
Nieva en el camino.
Hay hielo en Belén.
Le asaltan los lobos,
un oso le ve,
una gris serpiente
se enrosca a sus pies.
El río crecido
sin puente lo ve.
Los puertos cerrados.
Los pasos también.
Veintitrés bandidos,
que solo le ven,
están escondidos
tras un terraplén.
Allá en la posada
no le miran bien:
nadie quiere nada
de aquel montañés.
La guardia de Herodes
ya formó un retén.
Le buscan, feroces,
por todo Belén.
Se cuela en la aldea
y en un santiamén,
antes que lo vean,
le da el parabién.
Se asusta, se espanta,
José que lo ve.
María protege
al niño, su bien.
Le ofrece, aunque es pobre,
un poco de miel,
la leche de un odre:
- ¡Ten, mi niño, ten!
El niño sonríe,
mirándole a él;
y se calma el viento
y el frío se fue...
Y huele a tomillo,
a romero y a miel,
a hierbas del monte
y a flores también.
En esto amanece
el sol ya se ve.
Montrisco ya vuelve,
ya sube otra vez.