lunes, 30 de enero de 2023

En el Terco Inglés



Ayer hube de pasar tres horas en el establecimiento "Rodilla" del Corte Inglés de Alcalá de Henares.

Fueron tres horas de aburrimiento mientras Charo, mi mujer, resolvía el problema de los regalos protocolarios para la celebración de un cumpleañós múltiple. Con mi ojo recién operado apenas podía hacer nada: ni siquiera ver pasar el tiempo...

Decidí dedicar un rato a la poesía; pero... no había traído lápiz, ni papel, ni me convenía abandonar el sitio conquistado (una discreta mesa al fondo) ante la avalancha de usuarios ávidos de un sitio donde sentarse.

Había pedido una cerveza pero no había (solo con limón) y ni siquiera funcionaba el grifo de las cañas de barril... Decidí pedir un cortado y me lo tomé en un santiamén. Después empecé a lidiar con mi aburrimiento. Quise escribir; pero no podía. Finalmente decidí rebuscar entre las cortezas que cubrían una macetera al lado de la mesa y que servía de separación y parapeto con la línea de cajas. Encontré un palillo y con apenas unas gotas de los posos de mi café me dispuse a escribir (sobre la hoja que proporcionan a modo de mantel sobre la bandeja) unos versos apresurados.

Costaba escribir, costaba pensar, costaba matar el rato. Fui rellenando mi pequeño mantel sin estar seguro de que, después en casa, sería capaz de descifrar esos caracteres apenas tintados, casi invisibles... Entonces recordé lo que sabía de las tintas invisibles: la leche, calcinada con calor, dejaba marca su marca parduzca cuando la requemas con ayuda de una vela bajo el papel. Así que continué escribiendo aunque apenas veía las letras. Sólo de 3 o 4 cada vez que mojaba el reseco y sucio mondadientes. Finalmente completé toda la superficie.

En casa puse el papel doblado en la tostadora y aparecieron los versos requemados, pero perfectamente visibles.

Esta es una entrada con esas ideas recogidas en el secreto de la tinta invisible. Quienes me vieran en mi apartada mesa del rincón (y sé que hubo quién me observó curioso) se extrañarían de ver a un solitario sesentón escribiendo poemas con un palillo que mojaba en su café... Pero ¿qué más da donde viaje el poema? Lo importante es que aparezca; porque está siempre ahí.




La razón y la raza

Da igual quién tiene la razón:
si es de mi familia, la tiene.

Que lo sepáis: ¡Yo por esta familia miento, 
por esta familia muero,
por esta familia mato!

Vivo por mi equipo:
por él gozo con su triunfo, 
por él sufro mis fracasos...
La tribu me arropa, 
con ellos estoy bien.
Si la masa me rodea
no tengo miedo:
siento el poder 
y estoy justificado.

Da igual el bien y el mal,
no importa lo justo, lo injusto:
la razón es siempre "nuestra".

¡Desconfía del diferente!
¡Cree, sin dudar, en el conocido!
¡Da la razón al familiar, al igual!
Mis propios genes no pueden equivocarse:
No será faltar a la verdad:
será luchar por mi vida, 
por mi descendencia!



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